Iniciamos el viaje juntos y solos. Una hora por delante de charla y música, sin niños que reclamen ningún tipo de atención. Estaremos horas sin ellos y eso sabemos que es automáticamente garantía de éxito. 
Nada más llegar a Girona entrando por la entrada Norte aparcamos y vemos esta maravillosa estampa. El río está cargado de carpas y hasta se ve gente pescando...pero esta imagen sólo es el principio de lo que luego vimos. Linda Girona...
Había quedado allí con una blogger a la que tengo un cariño tremendo y con la que me siento unida por algo más que un blog. Gracias, desde aquí, de nuevo, por habernos hecho un hueco a MM y a mí en esa tarde de sábado. Como siempre un verdadero placer. Y sí, seguro que volvemos con los pitufos, ya sea en mayo o en cualquier otro momento.
Cuatro ríos atraviesan Girona. Y varios puentes los cruzan. Desde uno de ellos fotografío el siguiente, que está hecho de los materiales y estilo de la Torre Eiffel.
Desde el puente de hierro podemos ver cómo las viviendas tienen sus ventanas sobre el río. Y también se puede ver la catedral desde el otro lado.
Una vez subida la escalinata de la catedral, la visión es placentera. Parece que los años no hayan pasado en este núcleo antiguo. El suelo empedrado, las edificaciones también de piedra...pero lo mejor es la limpieza de sus calles. No hay pintadas, no hay rastros de lo que encontramos en otras ciudades como huellas del vandalismo callejero, sólo una inmensa tranquilidad, un sosiego que entra de fuera a dentro, de manera casi imperceptible. El tiempo nos acompaña en esta ruta y el sol nos templa. Es imposible no sonreír.
Otra de las entradas de la catedral, donde nos contó nuestra guía que debido al mal estado de los apóstoles que descansaban en cada uno de esos pedestales, los tuvieron que retirar.
Cada vez que miro esta imagen no puedo evitar imaginarme en otro tiempo, viviendo un amor furtivo y buscando cobijo en calles como esta. Me quedé enamorada de Girona.
